La primera impresión al desembarcar en Grenada, es la de una
isla amigable y tranquila dedicada al cultivo de sus especias (foto 1).
Lógicamente y al estar recorriendo islas del caribe, uno piensa en seguida en
tremendas y paradisíacas playas, que también las posee: la más conocida apenas a
15 minutos de la capital y del puerto donde desembarcamos, se llama Grand Anse,
y es tan grande y larga, que ni de muy, muy lejos se puede captar entera (foto
2). Pero también hay que salir a recorrer la isla, porque está llena de pequeñas
aldeas y paseos de montaña. No es que sea fácil recorrerla, sus carreteras
estrechas y con miles de curvas, son una tortura (foto 3), aunque como siempre
pasa, uno luego se olvida de la carretera, y solo recuerda los preciosos
paisajes que depara este país.
Veréis todo tipo de viviendas, desde pudientes hasta auténticas ruinas, y es que
los huracanes siempre se ceban en las viviendas de los más pobres y con menos
recursos para rehacerlas y mantenerlas en buen estado. También estás las muy
coloridas de la comunidad rastafari, que se encuentran por toda la isla y son
fácilmente reconocibles (foto 4).
Pero una vez fuera de la playa y la carretera, lo que domina en Grenada, es el
verdor de su montaña, y la abundancia de sus frutos. Por todos lados tendréis
todo el año a mano mangos, bananas y demás frutos tropicales (foto 5). Ríos y
refrescantes cascadas como la de Annadale de la (foto 6), en la que os podréis
dar un baño y refrescaros, o toparos con cualquier animal con el que jugar,
sabiendo que no hay absolutamente ninguna especie peligrosa ni venenosa en toda
la isla (foto 7)...