Nada más llegar y en plena oscuridad nos acompañaron a una cabaña vacía,
bueno no del todo, y es que alumbraras con tu linterna donde alumbraras,
veías cucarachas, hormigas, arañas y demás insectos felices como en su casa,
y dispuestos a compartirla con nosotros unos días.
No fue hasta la mañana después de la verdad no dormir mucho escuchando como
las ratas se paseaban por nuestras bolsas, y pasarla rezando para que no
descendieran por las cuerdas de nuestros chinchorros (hamacas) hasta
nosotros (foto 1), cuando descubrimos como era la aldea de Caranaven: Un
tranquilo e idílico lugar donde vivir en armonía con la naturaleza y el río.
Ana Sofía no daba abasto a perseguir mariposas en la misma puerta de "su"
casa (foto 2).
Aquí los niños están totalmente adaptados a su medio, que es la selva y el
río, y desde pequeños navegan por el con sus piraguas (foto 3), como Ana
Sofía con su triciclo. La verdad es que ella se la pasó tan feliz (foto 4)
hasta que llegaba la tarde y pedía totalmente reventada que por favor la
lleváramos a casa para dormir, señalando con el dedo la choza de las
cucarachas, donde a partir de la segunda noche todos dormimos
plácidamente...
En la (foto 5), nos encontramos con el pastor de la Misión de Puerto
Ayacucho, el que muy amablemente nos facilito nuestra estancia en este
fantástico lugar en el que aprendimos muchas cosas, sobre todo humildad, al
ver como viven otros seres humanos, totalmente abandonados por las
instituciones y con una carencia total de medios, medicinas, salud, y todo
lo mínimo que consideramos básico como agua potable y corriente, luz, o
electricidad...