Otro lugar de esparcimiento popular para los caraqueños es el Parque Nacional del
Avila, a cuyos mismos pies se sitúa la ciudad, y desde donde parte un teleférico hasta
una de sus cimas, éste es nuevecito y el viaje espectacular (foto 1), ya que uno deja la ciudad, e inmediatamente se interna en un espeso bosque tropical, y más arriba con
seguridad en la niebla. Lo que pase luego es una lotería, pero si tenemos suerte y la
pertinaz niebla desaparece, disfrutaremos de unas de las más hermosas vistas de la ciudad
de Caracas, su espectacular vista aérea (foto 2), pero aun hay más, basta con girar la
cabeza 180°, para disfrutar de otra vista totalmente diferente pero igual de espectacular, la del Mar Caribe pero desde 2250metros de altura (foto 3).
Y una vez arriba, en la zona superior del teleférico hay una especie de pequeño parque de
atracciones, muy modesto, pero con los suficientes columpios como para que nos cueste
trabajo sacar a Ana Sofía de allí (foto 4), también puestos de comida, churros, pista de
hielo y algunos restaurantes, dispuestos a lo largo de un paseo de cemento que conduce al
Hotel Humboldt, un edificio de 14 pisos en lo alto de la montaña visible desde cualquier
punto de Caracas. Lleva el nombre de este explorador alemán, que escaló la montaña en
1800.
Y esa es precisamente una de las muchas cosas que se pueden hacer desde la cima del
teleférico, desde un pequeño paseo hasta rutas de varios días enlazando los diferentes
picos y refugios del parque. Nosotros como toma de contacto nos llevaron hasta Galipán, a
comer en un buen restaurante, justo donde se encuentra uno de los despegues de parapente y
Ala delta, además con zona de juegos para niños, y una vista espectacular (foto 5). Lo que
no nos dijeron es lo que nos costaría regresar al teleférico con la barriga llena, todo
el camino en subida, y con este bochorno tropical al que aun evidentemente no estamos
acostumbrados...